La famosa flecha sigue en manos de su creador
El 25 de julio de 1992, el arquero paralímpico Antonio Rebollo, residente por aquella época en San Blas, encendió el pebetero de Montjuic con una flecha de fuego creada por la empresa de efectos especiales Reyes Abades, cuya sede está hoy en el Polígono de Las Monjas de Torrejón, antes en el Camino de la Vega.
El arquero, que a los ocho meses contrajo la polio que atacó a sus piernas y que hoy vive y trabaja en Torrejón, fue uno de los grandes protagonistas de la ceremonia. Otro hombre clave fue Reyes Abades, que cuenta con nueve Premios Goya por sus efectos especiales y ha sido el encargado en los últimos años de poner la guinda a la Cabalgata de Reyes de la localidad.
Aquel 25 de julio había que crear un efecto óptico, engañar a todo el mundo para que pareciera creíble, perfecto. Así lo recuerda hoy Reyes, quien conserva la famosa flecha que él mismo creó en su taller de Torrejón.
Según cuenta a MiraCorredor.tv, diseñó hasta ocho tipos distintos y pidió un estudio de previsión del viento de los últimos diez años para idear la flecha perfecta; unos 100 gramos de peso con un tubo de 109 centímetros fabricado en Estados Unidos y un cono de aluminio que soportaba un viento de 20 kilómetros por hora especialmente diseñado por su amigo Fernando Tobar, de Mecanizaciones Infe, que hoy tiene su taller en Alcalá de Henares, pero por aquella época estaba instalado en el Parque Cataluña.
Llevaba días y días diciendo dónde había que poner la cámara para que no se viera el truco, el secreto mejor guardado de Barcelona 92, y es que la flecha nunca acabó dentro del pebetero porque la magia consistía en que pareciera que Rebollo encendía aquello tras su lanzamiento, aunque en realidad pasó de largo, aterrizando en menos de dos segundos al otro lado del muro del estadio.
Pero llegar a conseguir ese efecto costó tiempo y entrenamiento. El principal problema, recuerda Reyes, es que todas las flechas fabricadas se apagaban hasta que dio con la definitiva 20 días antes de la inauguración de los Juegos.
Había logrado la flecha perfecta, gracias a un sistema de apertura de oxígeno que ideó perforando la punta con una broca de un milímetro para que entrara el aire justo y mantuviera la llama durante el disparo. Otro cono interno atenuaba la fuerza del aire en el punto exacto.
Rebollo jugó entonces un papel fundamental, todo estaba calculado y nada podía salir mal. Una técnica perfeccionada durante meses. Era el mejor de los arqueros pero además tenía una ventaja, vivía en Madrid y eso le permitía poder ir todos los días a Torrejón a practicar.
Cinco minutos después, la flecha volvió a manos de Reyes. Se la pidieron desde el Comité Olímpico pero, como explica, la flecha es suya, así figura en el contrato que firmó y que aún conserva.
Ahora, forma parte del patrimonio de sus hijos.